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miércoles, 3 de diciembre de 2014

Introducción

El fuego se extendió por el pasillo, recorriendo rápidamente las paredes de la mansión, comiéndose las cortinas sin salir al exterior, rugiendo contra las ventanas.
- ¡Por allí!- gritó.
La tomó de la mano, dejando que la familia Stevenson pasaran por delante de ellos. La sujetó con fuerza.
- Lo siento… tanto…
Él se volvió un segundo para verla.
- No ha sido culpa tuya, nadie sabía que a tu padre le fuesen estos juegos peligrosos.
- Pero se trata de mi padre.- recalcó ella a lágrima viva.
Un hombre los alcanzó en el umbral.
- Todos, al almacén y a la capilla, son los únicos lugares en los que podemos sobrevivir… ih…
- ¡Señor Lawson…!- le llamó la chica aproximándose en un arrebato.
Tomás tiró de ella, arrastrándola con él, evitando que se aproximara al cadáver que comenzó a derretirse misteriosamente.
La muchacha, se llevó una mano a su boca, asombrada por lo que acababa de presenciar. Sus pies corrían siguiendo a los del chico que la sostenía, ¿qué le había pasado al señor Lawson?
Por fin encontraron la puerta, el muchacho la abrió con un par de patadas, saliendo afuera de la casa.
Tras sus pasos, un torbellino de fuego cruzó a punto de alcanzarles.
- ¡Corre! Debemos llegar al almacén o a la capilla.- le recordó.
- ¡No…! – gritó ella, haciendo que parasen a mitad del camino.- Ve tú. A mí no me hará daño.
Tomás levantó el rostro de Elisa, capturando sus ojos, dibujándola en su mente.
- No voy a dejarte sola.- le contestó.
Elisa se quitó el anillo dorado, con una piedra roja como las llamas, que ahora, se iban elevando en la mansión. Lo colocó sin decir nada en el dedo meñique del muchacho.
- Ven conmigo.- le pidió.
Tomás la miró atentamente; esa chiquilla ya se había convertido en una mujer tan hermosa, adorable e inteligente… que no cabía en sí de gozo que ella lo hubiese elegido entre tantos que se postraban en su camino.
Asintió breve, aún embelesado.
Elisa tomó el mando de la situación, hicieron oídos sordos a los espantosos gritos, corriendo hasta la verja que marcaba el límite de las tierras.
Tomás empujó con fuerza, las puertas cedieron con lentitud, rechinando por la falta de aceite.
- Vamos.- la animó a salir.
La muchacha le sonrió breve, pasando el umbral marcado, donde ya no se oía ningún lamento, soltando la mano de Tomás.
Un “pon” se oyó tras ella; se giró, agarrándose a los barrotes, viendo como Tomás se quedaba en el otro lado.
- ¡No… no me dejes!- le pidió ella.
Tomás cogió sus manos a través de los barrotes, sonriéndole, besando sus manos.
- Sálvate, Elisa. Debo quedarme aquí, tengo que encontrar la manera de parar todo este círculo vicioso.
- No…- repitió negando.- Ven conmigo.
- Tengo que salvar a tu padre, salvar a todos.
- Por favor…- le suplicó.- no me dejes sola…
- Elisa.- la llamó tiernamente.- Vete, volveremos a encontrarnos, no me iré a mi otra vida sin ti.
- ¡¡Tomás…!! – lo llamó llorando, viendo como se alejaba hacia una borrosa sombra y desaparecía.

Elisa trató de abrir la verja, sacudió esta con ímpetu, pero no cedía. Sus lágrimas la terminaron de abatir, haciendo que se dejase caer sobre el portón, ajena a los sonidos espeluznantes del otro lado, presa de la maldición, hasta caer agotada. 

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